Una pesadilla urbana

_ ¿Conoces a Juan Liu? —. Dijo Jev dando un sorbo largo y acercándose un pepinillo a la nariz mientras acariciaba su calavera melancolica. Lo olisqueó y lo dejó en la mesa con desagrado.

En la estación de tren, junto al barrio chino, se encuentra un restaurante abierto hasta altas horas de la madrugada, en cuya puerta hay un gran cartel donde estaba escrito en letras mayúsculas “La especialidad de la casa es el cerdo agridulce”. En la cocina había un cocinero troceando una gran pieza de carne. Sujetando la pieza con la mano izquierda la cortaba horizontalmente dando un único corte fino y limpio. En la parte del restaurante había solo un camarero que se encontraba detrás de la barra leyendo un periódico mientras pulía copas de vino y de champán. Los vasos de cerveza los colocaba sin pulir directamente de la máquina de lavar vasos a las estanterías que se encontraba debajo de la barra. Cuando la máquina quedaba vacía volvía a llenarla y esperaba unos segundos hasta que una nube de vapor anunciaba que había concluido. Apartada de la ventana, y dispuestos hacia la puerta principal, se encontraban dos personas sentadas a una mesa charlando. La de la izquierda, delgada y con cicatrices que ocupaban todo su rostro, de vez en cuando se paraba a mirar la puerta mientras, daba sorbos lentos a un vaso de cerveza y olía la mitad de un pepinillo conservado en salmuera. El otro, alto y de espalda ancha, estaba devorando con avidez un plato de cerdo agridulce acompañándolo de un vaso de vodka. El ruido que hacía al comer se escuchaba desde la puerta.

— ¿Pero esto es necesario?, — preguntó Kovac, mientras que un trozo de carne se caía de su boca a la mesa y este lo atrapaba y lo sorbía ruidosamente.

—    Vámos, hazme caso, pregúntamelo.

— Está bien —dijo Kovac limpiándose la boca  —. ¿Conoces al señor Juan Liu?

— No directamente. Nadie ha visto a Juan Liu, pero todo el mundo ha oído hablar de él y el que le haya traicionado reza para que se lo trague la tierra en las siguientes 24 horas, — dijo Jev mirando como temblaba su mano —. Está en todos lados y nada se escapa a su control. Y cuando digo nada, me refiero a la nada absoluta, al vacío, a la ausencia… al infinito. Yo creo que a esta altura ya debe de estar enterado de nuestro pequeño secreto. Y está ahí fuera jugueteando con nuestro destino: como haciendole «budú» a nuestras pequeñas almas.

— ¿A que cojones te refieres?—dijo Kovac, hablando con la boca abierta—. Allí no había nadie. ¿Te acuerdas que nos aseguramos bien de que no hubiera nadie?

Jev dio un sorbo largo a su cerveza y, mientras miraba como su amigo comía, suspiró como un viejo patético. Cuando el camarero terminó de pulir todos los vasos extendió el trapo sobre la máquina de café, se acercó a la mesa donde se encontraban los dos hombres y retiró los platos lentamente poniendo uno debajo del otro: haciendo una montaña con ellos. Los dos hombres habían parado de hablar y esperaban que el camarero terminase. Cuando hubo terminado contestó disimulando una llamada. Luego se acercó de nuevo y dijo:

—    Señores, me permiten comunicarles que desafortunadamente la persona que está esperando nos ha informado de un retraso inesperado. ¿Desean algo más? vamos a cerrar la cocina dentro de poco. Quizás le gustaría ojear nuestra lista de postres.

—Tomaré otro plato más — dijo Kovac.

— ¿Para usted señor? —, dijo dirigiéndose hacia Jev, que dudó un momento.

— Para mí, nada, — dijo Jev acariciándose las sienes y haciendo una mueca de dolor.

Cuando el camarero se fue, Kovac preguntó:

—    ¿A que viene tanta preocupación? Pareces una rata asustada.

— Es este lugar, Kovac. No me da ninguna confianza.

—    ¿Qué le pasa a este lugar, Jev? —   dijo Kovac y cuando lo hizo sonó preocupado.

—  ¿No lo sabes? — Preguntó Jev haciendo una mueca con el labio mientras Kovac eructaba — Está bien. No te vas a creer esto que te voy a contar pero te juro por Dios que es la pura verdad —dijo Jev acercándose a la altura del oido de Kovac y modulando el tono de su voz —. ¿Te acuerdas de aquel chico que apuñalaron hace 1  mes en las vías del tren?

— He escuchado que alguien fue herido de muerte, pero nunca encontraron su cuerpo, ni fue llevado a ningún hospital, — dijo Kovac hurgándose entre  los dientes con un palillo dental— El rastro de sangre se perdía en esta calle donde parece ser se desvaneció como si lo hubiera engullido la noche.

— Si, claro, eso es lo que le contaron a los medios de comunicación, — dijo Jev, mirando a Kovac a los ojos — pero bien sabemos tu y yo que la gente no se la traga la tierra tan fácilmente. ¿O sí?

—    ¿A que te refieres?

—    Me refiero a que alguien tuvo que ayudarle.

—    ¿Ayudarle a qué?

El camarero salió de la cocina con un plato humeante y lo puso delante de Kovac, que lo olisqueó lentamente cerrando los ojos. Luego volvió a preguntar si deseaban algo más y desapareció de nuevo. Cuando se había marchado Jev se acercó a Kovac y empezó a hablar susurrando.

— Lo que a mí me  han contado que pasó, — dijo mirando fíjamente el plato — gente de total confianza: Después de que lo apuñalaron, el chico se arrastró como pudo por las escaleras abajo, muy malherido. Los tipos que lo atacaron eran tres y se entretuvieron  sacándose fotos con los cuchillos de manera que no se percataron de que el chico se había escapado. Pero sin lugar donde ir y, encima, desangrándote como un cerdo agridulce: no había escapatoria…

—Ya te digo, — dijo Kovac, dando un sorbo a su vaso de vodka y llenando su mandíbula con una cucharada que rebosaba por los lados — ¡bien jodido!

—El chico, sujetándose la herida con la mano derecha, llegó justo enfrente de este lugar que era el único sitio que estaba abierto a esa hora. Los tres tipos le estaban pisando los talones de manera que, arrastrándose, entró en este restaurante y se desplomó. ¿Sabes dónde?

—    ¿Dónde?

— Justo donde estamos sentados tú y yo ahora mismo, formando un charco de sangre cada vez más espeso y oscuro en la pared.  Además, el camarero había salido a fumar y aunque en la cocina había 3 cocineros, no se enteraron de que el chico se estaba muriendo allí mismo.

—  ¡Parece increíble!, — dijo Kovac, mirando la pared blanca.

—Dicen que cuando la sangre sale tan oscura es que la vas a palmar seguro —dijo Jev.

—Nadie te ha dicho que algunas veces, cuando hablas, suenas muy macabro —dijo Kovac, poniendo cara de asco mientras que metía un trozo de carne dentro de su boca. — ¿Qué pasó luego?

—Los tres tipos entraron en el restaurante para terminar el trabajo. Uno de los cocineros, al escuchar el ruido salió y se encontró tres encapuchados con  navajas ; y un tío, medio moribundo, poniendo todo el suelo lleno de sangre. Imagina la situación. ¡Con lo difícil que es limpiar las manchas de sangre! Entonces los tres tipos empezaron a gritarle.

—    Seguro que el tío se mearía encima del susto, —dijo Kovac.

— No, para nada, —dijo Jev dando un sorbo a su cerveza — el tío cogió un cuchillo de carne y muy tranquilamente se puso entre los tres tipos y el moribundo.

— Los tíos empezaron a ponerse cada vez más agresivos y a gritar toda esa jerga racistas sobre chinos y cosas peores. La situación se empezó a poner muy tensa. —Dijo Jev dando un sorbo a su cerveza y olisqueando el pepinillo — Los otros dos cocineros salieron y, portando uno un cuchillo de despedazar y otro uno de deshuesar, se unieron  a su compañero. En ese momento, cualquier movimiento de una mota de polvo en <<el puto Japón>>, podría haber desencadenado mayhem en el restaurante.

—    ¿Qué narices es mayhem? —dijo Kovac con los carrillos llenos.

—De acuerdo con el diccionario, y aplicado al crimen,  es la situación que abarca cualquier mutilación, desfiguración, o acto atroz realizado mediante el empleo de cualquier instrumento; en este caso, 3 cuchillos de carnicero contra 3 navajas de mano.

—    ¿Y quíen ganó?

—    No lo se — dijo Jev —. Se me olvidó preguntarlo.

— ¿Cómo que se te olvidó preguntarlo? — dijo Kovac acabando su comida —. ¿Entonces dónde están el chico moribundo y los otros 3 tipos? ¿Qué se los ha tragado la tierra? A la gente no se lo traga la tierra, no se desintegran en el vacío…

— Vamos Kovac, — dijo Jev dando un sorbo largo a su cerveza, y luego de una pausa, y dijo lanzando una mirada a la puerta — Usa por un instante tú imaginación. ¿Por qué crees que no he pedido nada de comer aquí?

En ese momento la cara de Kovac cambió y empezó a atragantarse mientras Jev reía a carcajadas viendo como la cara de su amigo adquiría un color morado por la asfixia. El camarero estaba en la puerta de atrás fumando un cigarrillo. Un sonido de una ambulancia, que se escuchaba a lo lejos, advertía que la ciudad seguía viva. Las risas de los dos hombres se escuchaban desde la calle. Kovac fue recuperándose poco a poco la respiración mientras maldecía en voz alta. Un camión frigorífico se paró delante de la puerta del restaurante. Del vehículo descendieron 3 hombres, en ropas de carniceros,  cada una de color blanco. Uno de ello, de rostro aguileño y delgado, portaba una bolsa negra y fumaba nervioso un cigarrillo. Cuando terminó de fumar entraron en el restaurante.  En la cocina había un cocinero troceando, en silencio, una gran pieza de carne. Sujetando la pieza con la mano izquierda la cortaba horizontalmente dando un único corte fino y limpio. En el restaurante, dos hombres reían y bromeaban distraídos, distantes, ajenos al mundo,sumidos en la realidad de la anécdota: sin saberlo, cada vez más mudos.


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